#ContarElArte: Cáceres, tres momentos y tres espacios para una luz sin tiempo

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14 mayo, 2020

#ContarElArte: Cáceres, tres momentos y tres espacios para una luz sin tiempo

Cada semana, #ContarElArte nos acerca la mirada más personal de destacados literatos e historiadores de nuestro país, que nos hablan del arte que envuelve sus rutinas, de nuestras ciudades y nuestro patrimonio. El artículo de hoy es singular porque fusiona las palabras de dos escritores, en esta ocasión vinculados a Cáceres. Guiados por la pluma de Basilio Sánchez y de Santos Domínguez Ramos, recorramos tres destacados espacios de la ciudad extremeña, en tres instantes del día. Pero antes, conozcamos un poco más de nuestros dos invitados.

Basilio Sánchez nace en Cáceres en 1958. Además de un excelente poeta, es Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Extremadura. Actualmente es el jefe de la UCI del Complejo Hospitalario de Cáceres, un héroe por partida doble en estos tiempos en los que tan necesario es sanar el cuerpo como el espíritu. Con su primer libro, A este lado del alba, consigue un accésit del premio Adonáis de Poesía en 1983. Después de un periodo de silencio de nueve años, en 1993 edita su segundo libro, Los bosques interiores, en el que se perfilan ya el tono y los rasgos que singularizan su obra de madurez: una escritura que configura el territorio poético de la mirada interior y que hace de la contemplación un ejercicio de conocimiento. Ha recibido, además del Adonáis, el accésit del premio Jaime Gil de Biedma, el Premio Internacional de Poesía Unicaja, el Premio Internacional de poesía Tiflos, el Premio Extremadura a la Creación a la Mejor Obra Literaria de Autor Extremeño (2007), el Premio Ciudad de Córdoba Ricardo Molina y el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe 2018.

Santos Domínguez Ramos nace en Cáceres en 1955. Su obra poética ha sido galardonada con prestigiosos premios nacionales e internacionales, traducida a las principales lenguas de cultura  e incluida en la selección 25 poètes d’Espagne, publicada en Francia en 2008. Su creación más reciente, El viento sobre el agua, ha sido reconocida con la  obtención por unanimidad del XXXVI Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, uno de los más importantes que se conceden en el ámbito de la lengua española. Recientemente se ha publicado en Italia Un canto straniero, una amplia antología bilingüe de su obra poética con selección y traducción de Marcela Filippi. Antologada en diversos volúmenes como Plaza de la palabra, Las alas del poema o La vida navegable, su obra poética ha sido valorada como propia de «una de las voces más importantes y más auténticas de su generación, en quien se combinan perfectamente los dos principales ingredientes poéticos: la exactitud y el misterio» (Félix Grande).

Los espacios que vamos a recorrer, con sus distintas luces, son visitables a través de la guía virtual recientemente estrenada: https://web-caceres.gvam.es/. 

 

Cáceres, tres momentos y tres espacios para una luz sin tiempo

 

Mañana (Por Santos Domínguez Ramos):

La luz matinal y cubista recorta en el horizonte prismas, cilindros y pirámides. Campanarios y cimborrios desde los caminos que por el Este dan en la ciudad levítica que se anuncia desde lejos. Donde el ocre de las torres contrasta con el blanco gastado de la cal se adivinan pájaros, intermedios en el perfil anguloso en el que se cruzan unas edades con otras.

Cigüeñas, vencejos o cernícalos sobrevuelan las murallas y los palacios, habitan en las oquedades de sus torres o construyen sus nidos en los tejados y los campanarios de las iglesias. Su vuelo, demorado o eléctrico, propicio al acecho o al merodeo, lo corea un constante fondo de cantos y sonidos que son la banda sonora que acompaña al paseante por el recinto intramuros de la ciudad. Es el mismo sonido que escucharon quienes anduvieron por estas callejas en sombra y estas plazas luminosas mucho antes de que se descubriera América o se inventara la imprenta. Los estratos de la ciudades no sólo se perciben en las excavaciones del subsuelo. Porque también sobre el cielo se perfila la historia contra la puñalería verde de las palmeras.

 

Palacio de las Cigüeñas (Por Basilio Sánchez):

No hay torres sin cigüeñas. Ni árboles ni postes de teléfono ni tejadillos altos. Levantada sin prisas con las piedras del desmoronamiento del alcázar, la atalaya conserva las almenas por lealtad del linaje.  Esa misma lealtad que descubrimos en las comparecencias y en los vuelos tranquilos de estas aves que han renunciado ya a las migraciones y ganado, por ello, el derecho a la ciudadanía.

 

 

Tarde (Por Santos Domínguez Ramos):

La luz de la tarde tras las nubes de la tormenta ha puesto el oro de los sueños en la piedra de las torres y los campanarios. Junto a la sólida torre almohade, que avanza desde la muralla con la agresividad de los matacanes y el balcón de los fueros, la humildad de la espadaña y la puerta nueva con el arco en esviaje diseñado por Churriguera. Lección de perspectiva y profundidad, reunión de épocas y estilos, intervencionismo historicista para un decorado con erratas y agresiones visuales evidentes. La luz de la tarde las suaviza o las disimula.

El ascetismo de las nubes, como recién venidas de Toledo desde un cuadro del Greco, es también el ascetismo de la piedra. Su tonalidad negra, la misma del asceta vertical en la plaza desierta, más inmóvil que las nubes de un tiempo en huida y un espacio en su punto de fuga tras los últimos tejados.

 

Plaza Mayor (Por Basilio Sánchez):

Aun antes que las torres, antes que el cielo incluso, lo primero que ves son las cigüeñas.

Y a la gente sentada bajo los soportales contemplando los juegos de la luz en los cristales de las casas, observando, curiosa, a los que pasan de un lado para otro entregados en alma al ejercicio de lo insignificante, sintiéndose dichosos sin llegar a saberlo.

Frente al viejo escenario, girando con nosotros sobre su mansedumbre, la plaza nos devuelve, con esa lentitud con que se mueven los engranajes íntimos de la felicidad, la alegría de lo simple.

 

Noche (Por Santos Domínguez Ramos):

Entre la torre civil de los Golfines de Abajo -matacanes y saeteras, miradores altivos- y el campanario de la concatedral con sus cuatro evangelistas, entre el ocre adusto de los muros y el granito ensartado con el hierro, la arquitectura civil y palaciega parece reivindicar la existencia de un Renacimiento que aquí se vistió pronto del luto clerical de Trento.

Al fondo, contra el recinto nocturno y amurallado, se perfila oscura, como un animal dormido, la sombra negra de la historia.

Arco de la Estrella  (Por Basilio Sánchez):

Construida en lo alto, a la ciudad antigua podemos acceder por cinco puertas.

Sobre una de ellas, la del arco esviado para los carruajes, hay una estrella gótica y un pequeño templete para las devociones. Pero es el amarillo de las piedras bajo la luz nocturna y su premeditada soledad, el trazo abierto lo que me hace ahora atravesarla con la idea de perderme, de sumirme sin nada en la evidencia de las cosas sencillas.

Desde dentro los desaparecidos iluminan la tierra. En las ciudades altas, las estrellas duermen en las cornisas.