Industrias culturales y empresas tecnológicas: ¿condenadas a entenderse?”. Con no poca intención retórica, Molly Barton (@molbarton) titulaba así su intervención en el V Congreso Iberoamericano de Cultura. La creciente dependencia entre ambas industrias – la tecnológica y la cultural – es asimilada y analizada en ocasiones desde una perspectiva reaccionaria. Sin embargo, esta relación abre un amplio abanico de posibilidades de crecimiento para ambos agentes, tal y como se plasmó en varias de las ponencias que pudimos escuchar en Zaragoza. Analizamos este fenómeno, por tanto, en términos de “disposición” y no de “condena”.
Las industrias de la cultura y de la tecnología deben estar dispuestas a entenderse y a colaborar por dos razones principales: el cambio de soportes (Hugh Forrest habló de “vestimenta interactiva”) y la variación en los hábitos de consumo. El público de hoy es creador a la par que consumidor, por lo que las fórmulas participativas empiezan a adquirir un peso innegable en una industria en proceso de reinvención. Por su parte, las tecnológicas dependen del intercambio de contenidos y bienes culturales.
No todo es nuevo. Molly Barton habla para el diario El País sobre la convivencia analógico-digital:
“Veo a la gente leer e-books y libros en papel. El desafío será encontrar la manera de convertir eso en una experiencia satisfactoria. Puede que surja toda una serie de novedades para realizar un seguimiento de tus lecturas, porque puedes estar leyendo algo con el teléfono pero también con el ordenador, y luego tienes un libro en papel, y debes saber cómo compaginarlo”.
Su reflexión resulta aplicable a otros ámbitos. Por ejemplo, tanto el sector editorial como el sector museológico deben tener en cuenta esta convivencia de formatos, aún tratándose de industrias con características dispares. Ambos sectores han asimilado la necesidad de digitalizar sus contenidos, el uno antes que el otro por razones fundamentalmente prácticas. Al menos en este punto, el futuro para el museo parece similar al del libro: su público puede preparar la visita desde casa, adquirir información en taquilla, utilizar folletos en papel, audioguías u otras herramientas de apoyo y, del mismo modo, utilizar su dispositivo móvil para marcar aquello que le interesa, compartirlo con los suyos o crear sus propios recorridos. Incluso puede que no llegue a pisar el espacio expositivo para conocer al detalle sus colecciones.
A esta reflexión en pro del entendimiento entre industria cultural y tecnológica, se le suman las voces de otros ponentes destacados: Nick Stanhope (@nickstanhope), fundador de Wearewhatwedo.org, defiende que la combinación tecnología y creatividad puede ampliar y mejorar el descubrimiento, el aprovechamiento y la difusión del patrimonio local. Sandra Pecis, vicepresidenta de Medios de Terra para Iberoamérica y EEUU, nos recuerda las peculiaridades de nuestro entorno: en Iberoamérica se encuentran cinco de los mercados más activos en redes sociales. Pablo Arrieta (@xpectro), diseñador, docente y consultor digital, advierte que la tecnología genera nuevos modos de hacer, aportando a creadores, industrias y públicos nuevas maneras de conversar.
En suma, la cultura digital ha abierto camino a la era de la participación y la conversación entre industria y consumidor, ¿diluirá al fin la barrera que los ha separado tradicionalmente?